Tras años de encierro, armaron una cooperativa textil y viven de su trabajo

6 junio, 2018


(Por Gastón Rodriguez/ La Nación) Sobre la avenida Lacroze, saliendo de la estación de trenes y frente a la pizzería Imperio, en Chacarita, tres percheros con ropa detienen el andar de transeúntes siempre apurados por llegar a casa o al trabajo. Hay un buen motivo: nada de lo que se exhibe ahí supera los 150 pesos. Los vestidos, remeras y camperas que cuelgan son, al mismo tiempo, resultado del esfuerzo y del sueño cumplido de un grupo de ex presos que logró la costosa reinserción al crear Mujeres y Hombres Libres, una cooperativa textil que emplea a 12 personas y cuenta ya con tres líneas de producción.

El proyecto se cristalizó en 2013, pero nació mucho antes, en los pabellones y patios de los penales de Marcos Paz y de Devoto. «Un grupo de muchachos hablábamos de no delinquir más, pero era más que nada una ilusión porque sabíamos que la realidad te choca de frente», recuerda Claudio Castaño, socio y alma mater de la cooperativa, que pasó 24 de sus 47 años en celdas.

«Cuando salís a la calle es muy difícil conseguir trabajo. El tema de los antecedentes cierra muchas puertas, pero no es lo único. El aspecto físico también influye. Si tenés pinta de caco, fuiste. La famosa portación de cara existe. Pero también la realidad es que la mayoría de los que estuvieron encerrados no sabe hacer nada porque nunca estudió ni trabajó. Así que la única posibilidad real de reinserción que vimos fue la autogestión».

Con la decisión de organizarse tomada, restaba resolver qué hacer y por dónde empezar. Claudio recordó entonces la imagen de su madre pasando horas sentada frente a la máquina de coser. Y volvió a verse a sí mismo, con 8 o 9 años, cosiendo los bolsillos de los delantales para aliviarle el trabajo. «Así se me ocurrió que debía ser una cooperativa textil», dice, sin abandonar la sonrisa.

El otro hecho fundacional fue conocer en Devoto a Graciela Draguicevich, una ex presa política y presidenta de la Mutual Sentimiento, dedicada al trabajo social, que no sólo lo motivó a intentarlo, sino que le cedió un lugar (la cooperativa funciona en el edificio de la mutual, en Federico Lacroze 4181) y hasta le regaló la primera máquina de coser.

«Al momento de arrancar con la cooperativa no éramos más de cuatro los que veníamos todos los días. Lo hacíamos aunque no tuviéramos nada para hacer. Ahora fabricamos ropa de calle, de trabajo y una línea de buzos y camperas para egresados. Tenemos una tienda de venta a la calle y una cartera de clientes que nos contacta a través de las redes sociales. Hace más de dos años que el proyecto es sustentable y todos vivimos de esto», dice Claudio. No disimula el orgullo, aunque enseguida aclara que no es fácil. Esta semana recorrerá colegios de la Capital para ofrecer los buzos con estampa; otro compañero se ocupará de mostrar camperas en el conurbano.

«En total hay 15 cooperativas de liberados, eso significa que al menos 100 personas no volvieron a delinquir. Es una prueba irrefutable de que el trabajo es el mejor instrumento de reinserción», concluye.

«A los jóvenes les cuesta más»

Verónica Pelozo es presidenta de Mujeres y Hombres Libres y pareja de Claudio. Mientras estaba preso él le entregaba el dinero de su peculio para que ella hiciese cursos de serigrafía, que más tarde replicó entre el resto de los integrantes de la cooperativa.

La capacitación permanente es uno de los «mandatos» de la organización. «Cada semana vienen dos diseñadores gráficos y de indumentaria que nos dan clases ad honorem. Y nosotros les enseñamos el oficio tanto a los que están privados de su libertad como a liberados y a sus familias. Nuestro plan es expandirnos y también abrirles las puertas a personas que no hayan pasado por el contexto de encierro», explica Verónica.

La mayoría de los que integran la cooperativa superan los 30 años. Claudio acepta que «a los jóvenes les cuesta más», porque «son de escaparle a la responsabilidad», y admite que la única manera de que eso cambie es a través de la educación. Lo dice él, que sigue cursando materias de la carrera de Derecho.

Marcelo Molina tiene 51 años y cumplió cuatro condenas. Forma parte del emprendimiento textil, aunque confiesa que «la cosa delicada de cortar tela» no es para él. Por eso se dedica a la carpintería y al reciclado. «Los estantes, la mesa, todo lo que ves de madera en el taller lo hice yo. Y las bolsas que le damos a la gente para que se lleve la ropa también son un invento mío. Las armé con diarios viejos», se jacta.

Para Marcelo, «lo que tienen que entender los pibes que salen a la calle [de la cárcel] es que aunque estés mal comido, mal dormido, hay que trabajar. Ellos quieren tener todo regalado y no se dan cuenta de que esto también es militancia».

Marcelo compartió días de encierro con Claudio y reconoce que cuando lo escuchaba hablar de la necesidad de organizar una cooperativa de trabajo, él sólo pensaba en salir, agarrar un «fierro» y volver a robar.

«Todos los que hoy estamos acá -dice- hicimos el clic cuando empezamos a estudiar dentro de la cárcel. Por supuesto que no somos millonarios. Cuando salía a robar me compraba cinco mudas de ropa cada semana. Ahora me compro la ropa en una feria americana, pero vivimos de lo que hacemos y a la noche, cuando nos acostamos, podemos dormir tranquilos porque el dinero que ganamos es bien habido. Cuando quise ser millonario terminé preso veinte años.»

El 13 de septiembre se le dio respuesta a uno de los principales reclamos de los liberados con la sanción, en Diputados, de la derogación del artículo 64 de la ley de cooperativas, que impide a las personas con antecedentes penales ser parte del consejo directivo. El dictamen fue aprobado por unanimidad, pero aún no ingresó al Senado.

Los ex detenidos que integran la Red de Cooperativas de Liberados y Organizaciones Sociales en Contexto de Encierro expresaron: «Cuando desde el Estado se propone el cooperativismo como una salida real a la falta de trabajo para quienes salen de la cárcel, la existencia de ese artículo impide el ejercicio de un derecho y la posibilidad de poder construir un futuro diferente en libertad».

«Si decimos que uno de los problemas para conseguir trabajo después de salir de la cárcel son los antecedentes, lo lógico era pedir la derogación de ese artículo. ¿Cuántas veces más nos iban a hacer pagar nuestra pena? Hay una parte de la sociedad que si pudiera condenarte cinco veces porque robaste una sola vez, lo haría. Nosotros aprendimos que el trabajo dignifica a la persona y por eso pedimos que nos dejen mostrar lo que somos capaces de hacer», sostiene Claudio Castaño, de Mujeres y Hombres Libres.

Publicado en: https://www.lanacion.com.ar/2070513-nueva-vida-tras-anos-de-encierro-armaron-una-cooperativa-textil-y-viven-de-su-trabajo

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